En la India antigua, el Yoga nació de la mano de ascetas, filósofos y buscadores que dedicaban su vida al estudio profundo del cuerpo, la mente y la consciencia. Durante siglos fue una práctica reservada casi exclusivamente para varones. Sin embargo, al llegar a Occidente, su camino tomó otro rumbo: fueron sobre todo las mujeres quienes abrazaron y difundieron esta disciplina, dándole una presencia completamente diferente.
Hoy, aún persiste la creencia —especialmente entre muchos hombres— de que el Yoga es una actividad “suave”, pensada para señoras mayores o mujeres embarazadas, y que no requiere demasiado esfuerzo. Durante mucho tiempo se instaló la idea de que “el Yoga no es para ellos”.

En mi experiencia compartiendo y enseñando esta práctica, he visto cómo esa percepción empieza a desarmarse poco a poco. Cada vez más hombres llegan a la sala, y me alegra profundamente acompañar ese proceso. En Ekagrata Yoga recibimos varones de todas las edades y con historias muy distintas:
Jóvenes que buscan regular su energía y encontrar calma; adultos que reconocen la necesidad de soltar tensiones acumuladas, moverse con mayor consciencia y habitar su cuerpo con menos exigencia; y hombres mayores que descubren en el Yoga una manera amable y sostenible de cuidar su salud física y mental.
Es muy hermoso observar la transición: esa sensación inicial de incomodidad, como si estuvieran entrando en un espacio que no les pertenece, se disuelve rápidamente. Apenas comienzan a respirar con atención, a moverse con presencia y a escuchar su propio ritmo, algo se afloja. Descubren que el Yoga no exige flexibilidad extrema, fuerza extraordinaria ni perfección: solo honestidad. Y a menudo se sorprenden de cómo mejora su descanso, su energía, su rendimiento físico e incluso su capacidad de enfoque cuando integran estas prácticas en su vida cotidiana.

Mi intención es que cada persona que llega a este espacio pueda sentirse cómoda en su propio cuerpo, adaptando la práctica a sus posibilidades, valorando la pausa y el descanso, sin comparaciones ni exigencias externas. Que encuentre un lugar para habitarse, explorar y escucharse sin juicio. Los hombres que practican aquí destacan justamente eso: un entorno seguro y respetuoso, donde pueden soltar la coraza por un momento y encontrarse consigo mismos desde un lugar más amable. Una comunidad viva que se sostiene dentro y fuera del mat.
El Yoga, lejos de pertenecer a un género, una edad o un estereotipo, es un camino de autoconocimiento accesible para todos. Cuando los hombres se permiten atravesar sus propias ideas preconcebidas y entrar en la práctica con apertura, descubren un espacio que no solo fortalece el cuerpo, sino que también calma la mente y nutre la vida. Ojalá cada vez más puedan acercarse con curiosidad, y encontrar en el Yoga un refugio, una herramienta y un puente hacia una versión más plena y auténtica de sí mismos.